Entrevista a la mámá bloguera peruana Milagros Sáenz González del blog Neuro Mamá en el programa Oh Diosas de Plus TV. El tema a tratar fue: Las Tareas de mis hijos.
La entrevista se llevó a cabo 20.10.2015
Entrevista a la mámá bloguera peruana Milagros Sáenz González del blog Neuro Mamá en el programa Oh Diosas de Plus TV. El tema a tratar fue: Las Tareas de mis hijos.
La entrevista se llevó a cabo 20.10.2015
3. Y ¿qué tal tus noches?
¿Tú que crees? ¿Cómo crees que son las noches con un recién nacido? Si no lo sabes te invito a mi casa a dormir. Puedes dormir en mi cuarto con el bebé y si quieres, te presto mis bubis para que le des de lactar. Te la vas a pasar genial.
4. Pasa rápido, pasa todo muy rápido. ¡Disfruta!
Esta es la típica de las abuelitas o de la gente con hijos grandes, obviamente sufren de amnesia. No, no pasa rápido cuando te tienes que levantar 3-4 veces en la noche, y definitivamente no hay nada que disfrutar de eso.
5. ¿Qué es esa mancha que te ha salido en la cara/panza/cualquier parte del cuerpo?
Esta mancha se llama melasma y se debe a los cambios hormonales. ¿Quieres qué te deje una igual en la cara?
6. Y ¿a quién se parece el bebé?
Todavía a nadie, y con suerte a mí o a mi marido. Sería trágico que se parezca a mi suegra o peor aún, a mi ex.
7. ¿Qué tal el parto? ¿te dolió? O ¿fuiste cesárea?
¿De verdad quieres saber? No, no dolió nada. Fue como ir a un picnic en la playa. ¡No seas pes…!! Y para que lo sepas: la cesárea también duele.
Ya saben, si tienen alguna amiga que acaba de parir (sentirse recién parida también es un estado de ánimo que pueda durar durante el 1er año del bebe). Estas son las 10 cosas que, ni por casualidad deben decir.
Las tardes son un poco más tranquilas, gracias a Dios hay algún cumpleaños o una clase de fútbol. Intento descasar: misión imposible. Entre la chica de limpieza, el panadero, el cartero y el testigo de Jehova me lo impiden. A eso de las 5:00 p.m. caigo muerta. Pero, a las 6:00 p.m. otra vez toca leche y comienza la locura: a comer, bañarse y dormir. Trato de estar en todas, pero no puedo. A veces les doy de comer, a veces los baño, a veces nada. Ya bañados, toman sus leches para dormir y yo le doy la última toma del día a la bebé. Ya son cerca de las 8:00 p.m. y gracias a Dios, es hora de dormir. Todos caen como troncos, yo incluida.
¿Cómo es en verdad el post parto? La verdad del postparto.
Este post nació a sugerencia de mi hermana, quien acaba de tener su primer bebé. Una lindurita de apenas 1 mes. Ella como toda primeriza vive en un constante estado de ansiedad y preguntándose si lo estará haciendo bien, y cuestionando si todo lo que siente/piensa/hace es normal. Me pidió que cuente todo aquello que nadie cuenta o que solo te cuentan tus mejores amigas en esas sesiones de catarsis que deberían siempre ser más seguidas.
No sé si esto ya lo saben pero, estoy embarazada de nuevo. Este es mi tercer embarazo y me agarra ya bastante conocedora de las vicisitudes del tema. Ya sé lo que es tener una panza y tener que cargarla por todos lados. Sé también que junto con la panza vienen consejos no solicitados, preguntas impertinentes y hasta órdenes insolentes. Ya estoy acostumbrada a llevar panzas grandes, a que todo el mundo me alucine con el tamaño de mi panza, e incluso estoy acostumbrada a que me pregunten una y otra vez (tanto amigos como extraños) para cuándo es, qué sexo es y cómo se va a llamar.
A lo que no estoy acostumbrada y creo que jamás estaré (así esté llevando mi panza número 9) es y será a comentarios tipo: “pero estás segura que sólo hay uno ahí”, o “¡wow! ahorita explotas”, o peor aún, los comentarios buena gente del tipo “pero, tú ¿no deberías usar una faja?” Ó, “¿no deberías estar descansando? Cargas mucho peso”. Tampoco me puedo acostumbrar a que la gente agarre mi panza como si fuera la panza de buda y me la soben y soben, como si les fuera a caer plata. ¿Acaso piensan qué como hay otro ser humano dentro, esa panza ya es de dominio público? O sea, ¿pueden invadir mi espacio personal porque llevo un bebé dentro?
Pero, de todas estas cosas a las que no me acostumbro la que más me llega de todas, la que menos tolero son los comentarios/ consejos con sentido moralizador, esos comentarios que más que nada son críticas y solo buscan juzgar tu buen juicio. Comentarios tipo: “¿Tú puedes tomar Coca-Cola? Pensé que las embarazadas no debían tomar gaseosa” o, “¿Al Starbucks? Tú, de lejitos” o, este que es el peor de todos que me lo dijo la mamá de un compañerito del nido de mi hijo: “Me encanta tu look ahora que estás embarazada, pero para nada me gusta que estés con una copa de vino. Para nada”. ¿Disculpa? ¿Acaso yo te digo algo sobre tu look de gaucha arrabalera? ¿Te digo algo sobre tus dientes llenos de nicotina?
Durante mi embarazo investigué todo lo que pude en Internet, en libros y en revistas. Me suscribí a decenas de páginas sobre fertilidad, embarazo, crianza, desarrollo del bebè y similares. Compré varios libros y me presté varios otros. Leía tanto, que podía decir de memoria las etapas de crecimiento de un embrión. Me fui al extremo de convertirme en ratón de biblioteca embarazado. Entre todos los libros que me recomendaron, el primero fue el famoso: “Que esperar cuando se está esperando”. En mi necedad por querer leerlo todo, no hice caso a mi partera que me recomendó que mejor no lo leyera, ni a una buena amiga que me recomendó lo mismo.
Debí hacerles caso. Guiada por este libro me torturé y torturé a mi hijo durante bastante tiempo. En la sección: “que puede preocupar” donde aparentemente, preocupa todo. Leí que un bebé saludable debe de patear mínimo unas 10 veces durante una hora. Cuando sentía que mi bebé no se había movido por bastante tiempo lo empujaba y empujaba hasta obtener una respuesta, la mayoría de las veces obtenía una fuerte respuesta y después los consabidos 10 movimientos, pero otras veces solo me respondía una vez. ¿Pueden imaginar mi desesperación cando veía los minutos pasar y solo había percibido un movimiento? Volvía a empujar mi barriga una y otra vez hasta lograr que mi pequeño reaccione. Terminaba con la barriga adolorida de tanto empujar y con el pobre bebé moviéndose como un loco para tratar de encontrar una nueva posición.
También leí, que una embarazada no debe exponerse a altas temperaturas y mucho menos bañarse con agua muy caliente (tipo jacuzzi), sobre todo en la etapa final del embarazo. Además, una simpática persona –cuando estas embarazada siempre hay alguien con alguna historia de horror para compartir – me contó sobre el efecto sauna. ¿El efecto sauna? Cuando te duchas con agua muy caliente en un ambiente pequeño y cerrado (como son la mayoría de los baños) se genera un calor tipo sauna. Gracias a esta información, me la pase duchándome con agua helada prácticamente TODO el invierno (mi tercer trimestre).
Me aconsejaron también, que era básico hacerle a mi bebé pruebas a la vista y el oído. Así, que empecé a probar un día sí y otro también, que mi hijo no tuviera estos problemas.Prendía una linterna y apuntaba a la barriga para ver si se movía -ahora pienso ¿pasará algo de luz al útero a través de capas y capas de piel, musculo y grasa? También ponía audífonos en mi barriga y ponía un rock muy fuerte para sentir una reacción. Me imagino que mi pobre hijo debe de haberse pegado tremendos sustos al escuchar los alaridos de Metallica.
Cuando estaba a punto de desfallecer convencida de que mi hijo no era sordo, pero había una gran probabilidad de que fuera ciego (pues casi nunca reaccionaba a la prueba de la linterna). Decidí dejar de lado todas esas revistas, libros y páginas web y decidí guiarme por mi sentido común y mi intuición. Decidí disfrutar mi embarazo sin aprensión, confiando en Dios y esperando lo mejor. Así, guiada por mi intuición aprendí los patrones de movimiento de mi hijo, me di cuenta que bañándome con agua tibia estaba más contenta, y que esas pruebas podían esperar. La pasamos tan bien juntos que decidió quedarse dentro mío 5 días más.
Y, bueno por seguir mi propia intuición y guiarme por mi experiencia sin hacer caso a nadie ni cuenta me di que había empezado el trabajo de parto … es que bueno, a veces, ¡la intuición también falla!
Todo empezó el día que me enteré que estaba embarazada. Junto con la dicha y alegría que sentí al enterarme que iba a ser madre por primera vez vino también el miedo; miedo a que algo salga mal, o a hacer algo mal. Un miedo (que ahora sé) es bastante común en las embarazadas. Quería llevar mi embarazo a buen puerto, quería tener un embarazo lo más sano posible, ¿Cómo lo lograría? ¿Cómo haría para que este bebe que crecía dentro mío –al cual ya quería más que a nada en este mundo- creciera y se desarrollara plenamente? ¿Qué debía de hacer o dejar de hacer para que salga bien?
Ya lo sé: llevar un embarazo saludable
Llevé mi obsesión a la comida y el deporte. Algunas mujeres que caen presas de la obsesión por un embarazo saludable se privan de absolutamente de todo lo rico (y digamos un poquito dañino) que tiene este mundo, entrenan, van al gimnasio y al final terminan más regias que cuando estaban embarazadas. En otros casos – como en el mío – la obsesión por llevar un embarazo saludable y transmitirle todos los nutrientes a mi bebé se transformó en un reto económico pues, todos mis productos se volvieron orgánicos, libres de EPAs, BPAs y cuanto químico hay (y todo eso es bastante más caro) y en el tema de la nutrición terminé engordando 25 kilos.
Había leído en algún lado que durante el embarazo una debía comer entre 120 y 160 calorías diarias más de las que come normalmente y yo… ¡No quería privar a mi pequeño de ningún nutriente! NINGUNO, así que tenía que cumplir con mi cuota calórica. Comía todo, todo el tiempo. Me torturé física y psicológicamente planeando nutritivos almuerzos, desayunos y cenas que muchas veces incluían comidas que odio -como los frijoles y alverjas- y también (no lo voy a negar ahora) comidas que amo como la torta de chocolate, los tallarines y la pizza (hecha en casa por si acaso. Recuerden que todo tenía que ser con alimentos de primera).
También había leído que las embarazadas no deben comer huevos crudos, ni jamones, ni prosciutto, ni quesos que no estén pasteurizados ni nada que no esté bien cocinado debido a riesgos de transmitir bacterias al feto. De más está decir, que pasé mi embarazo friendo jamones, obviando el prosciutto, convirtiendo al sushi en mi mayor enemigo y leyendo las etiquetas de todos los quesos para comprobar que estuvieran debidamente pasteurizados. En un momento mi neurosis fue tal, que cuando me di cuenta que me había pasado un pedacito de jamón sin cocinar en un restaurante traté de escupirlo. En ese momento, mi esposo me miró con tal cara que me curó de toda mi obsesión y terminé pasándome ese jamón, pero no pude evitar preguntarme por un par de semanas si ese jamón no traería desagradables consecuencias.
Increíblemente llegue hasta las 39 semanas de gestación, ya con una barriga que reventaba, usando la ropa de mi esposo (porque nada me quedaba de lo gorda que estaba) y por supuesto como buena mamá “saludable” haciendo deporte hasta el día anterior al parto. Luego de cinco horas de un trabajo de parto prácticamente inexistente llegó el regalo más grande que Dios me ha dado, el bebé más hermoso que había visto jamás, llegó mi hijo; sano, saludable, pesando 4 kilos y 80 grs y con hambre.
¡Ahhhh, salió a su mamá!